Hoy son un ejemplo de una nueva vida, del empoderamiento femenino y de que las heridas pueden dar paso a un gran cambio social.
Fueron tantos golpes que no pudo volver a sonreír. Diente por diente se le caía tras cada puño, tras cada bofetada, tras cada palabra envenenada que le gritaban. Todo dolía, el cuerpo y el alma. La piel llena de sangre y moretones, el corazón lleno de miedo y tristeza. Incluso, después de 12 años, aún no puede ir tranquila al odontólogo, porque cuando le tocan los dientes es como si el tiempo se devolviera, se detuviera a aquel tormentoso suceso.
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Está sentada en una biblioteca con varias compañeras y una psicóloga que la acompaña a ella y a otras mujeres en sus procesos para superar aquellas tragedias. Los libros retumban aquellos relatos ensordecedores. Son tantas historias de violencia, tantas mujeres maltratadas, tantos golpes físicos y psicológicos que los libros ya no tienen más hojas para seguir contándolos. Es jueves en la tarde y hace calor, los rayos del sol hacen sudar los vidrios, aquí en el Carmen de Bolívar, Bolívar, tierra del maestro y compositor Lucho Bermúdez.
Cecilia Iriarte Miranda, de 51 años, junto con su mamá, fueron víctimas de abuso sexual por parte de grupos armados ilegales presentes en el territorio. Por ese entonces, ellas vivían en un corregimiento en Sucre y la violencia, la violación, era el pan de cada día para las madres, hijas, hermanas y sobrinas.
-Desconocía el tema de violencia sexual, lo veía de una forma tan natural – dice Cecilia Iriarte. Me violaron, junto a mi mamá y eso me parecía normal.
Montes de maría
Tortura, abuso sexual, amenazas, maltrato físico y psicológico, fue todo lo que tuvieron que vivir por aquellos días de tempestad. En Colombia, hay registradas 15.738 víctimas de violencia sexual entre 1958 y 2018, según el Observatorio de Memoria y Conflicto. No obstante, Cecilia y su mamá, decidieron hacer un pacto de silencio para proteger a su familia. Pero sobretodo, por desconocimiento. Pero el silencio se convirtió en el peor martirio.
Las relaciones desiguales de poder entre hombres y mujeres, sostenidas por una construcción social, nos ha hecho creer que el que tiene más poder es quien tiene más derechos. Por lo tanto, la violencia contra las mujeres, en algunas estructuras culturales, se ha normalizado, aceptado, legitimado y respaldado. Esto repercute negativamente en el bienestar y desarrollo de las mujeres porque se ve afectada su libertad de expresión, reduce su participación en espacios académicos o laborales y perjudica la autonomía económica. Además, la violación de sus derechos fundamentales, impide que tengan una vida digna e iguales oportunidades de desarrollo.
Sin embargo, ellas no solo tuvieron que afrontar la tragedia de la violación. También, la del desplazamiento forzado, porque entre 1999 y 2000 la violencia en el país se había intensificado. Amigos cercanos las ayudaron a llegar al Carmen de Bolívar, pero la crueldad las perseguía, porque justamente el día que llegaron miles de campesinos se desplazaban del corregimiento de El Salado. Aquel 18 de febrero del 2000, los paramilitares se habían tomado el centro poblado de El Salado y cometieron las peores masacres de la historia de Colombia. Ese día conoció a Yirley Velazco, otra víctima del conflicto armado, y desde entonces juntas tomaron fuerza, de donde no las tenían, para salir adelante.
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A los pocos años, la mamá de Cecilia murió, enferma, agobiada por el sufrimiento. En ese momento, ella decide hablar, contar la verdad para que la historia no se volviera a repetir. Y junto con las otras mujeres que habían pasado por lo mismo, empiezan a crear espacios de confianza para escuchar y compartir sus historias.
- Era muy doloroso, recordar y revivir aquellos momentos – dice Cecilia Iriarte. Todavía duele, pero con los espacios de confianza y con la fuerza de los demás testimonios, pude blindarme a mí misma, para no quedarme en ese dolor. Yo quería pintar esa pared gris de muchos colores.

-Mujeres Sembrando Vida me transformó de una forma tan grande y maravillosa – dice Cecilia Iriarte. Yo siempre quise ser profesora y gracias a las capacitaciones que nos da Ayuda en Acción. Me siento muy orgullosa porque sigo viva y con ganas de ayudar a las demás. Nosotras no estamos solas.
La tarde transcurre entre la fuerza de la voz de estas mujeres y el calor que derrite los libros. Estas mujeres representan la necesidad de garantizar la igualdad de oportunidades y eliminar cualquier tipo de violencia, para promover la convencia pacifica y construir espacios. Porque hay que derrotar el miedo, para no morir, hay que hablar; para renacer, hay que denunciar, para que la historia no se repita.
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