Está sorteando con sus niños todas las adversidades para que ellos sí puedan estudiar. Así se vive la educación donde no llega la virtualidad.
Luis España nunca ha leído un libro. El único que hojea todos los días a pesar de que no lo puede leer “corridamente”, como él dice, es la biblia. Luis nunca fue a la escuela, a un colegio, ni mucho menos a una universidad. Aprendió a deletrear algunas palabras y a reconocerlas en un programa de alfabetización que lideró la Fundación Semana y Fundación Ayuda en Acción, en las veredas de El Salado, este corregimiento que carga con un pasado lleno de violencia, a casi tres horas de Cartagena, la ciudad más turística de Colombia. “Ahí aprendí a firmar mi nombre, pero no es que tenga la lengua suelta para leer”, dice Luis, de 42 años, un campesino que nació en Zambrano, en los imponentes Montes de María donde la tradición musical y la cultura también se ha visto ensombrecida por la muerte.
“Lo más importante es que uno pueda entender cualquier documento que otra persona nos traiga. Como no sabemos nada, a veces nos embolatan. A veces nosotros mismos metemos las patas. Yo no tengo miedo de que me den un papel y de que lo pueda mirar porque ya lo voy a entender”, dice España, un hombre que comienza su rutina antes del amanecer, lee algún pasaje de la biblia lentamente –“se me dificultan algunas palabras”-, y sale a ordeñar sus vacas para regresar a media mañana a su casa donde vive con su esposa y sus tres hijos Junior, Camilo y Danna de 11, 10 y 6 años, respectivamente.
Y si ya se sabe que uno solo quiere lo mejor para sus hijos, Luis España lo tiene todavía más claro. “Quiero que sean profesionales, que no se queden como yo”, dice. Lo más importante para él es que sus hijos puedan estudiar y buscar nuevas posibilidades. “No es justo que en esta nueva generación se queden brutos”.
Cuando llegó la pandemia, las clases presenciales se suspendieron y una minoría de centros educativos pudieron echar mano de la virtualidad para continuar, de la mejor manera posible, el programa académico. Pero en buena parte del país esto no fue ni ha sido posible. Los hijos de Luis España reciben cada dos semanas “unos formatos” que les llevan la “seño” o profesora, para que cada uno los llene y estudie por su cuenta.
Así lo han hecho estos largos meses, pero sin tener internet en ninguna parte para hacer investigaciones o consultas para resolver dudas que tengan. Niños y niñas entregados a aprender por ellos mismos sin ninguna ayuda y sin posibilidades de saber si lo que están haciendo va por buen. Cuando llenan los formatos, la “seño” los recoge y deja unos nuevos y así…

En medio de este contexto Fundación Ayuda en Acción buscó beneficiar a 192 niños y niñas de El Salado primero con un trabajo de voluntariado que buscaba mejorar y recuperar las condiciones del centro educativo ITEA, en el que se instaló dry wall ante las paredes gastadas, se recuperó el piso, la cubierta y los baños. Pero también entregando 63 tabletas cargadas con material pedagógico para beneficiar a los menores de las seis veredas de El Salado. Luis España agradece no solo el apoyo de un mercado que recibió de Ayuda en Acción cuando comenzó la cuarentena sino también el respaldo.
Cuando los formatos son complicados y los niños tienen alguna duda, Luis llama a su hermana que es docente y les ayuda. En ese proceso Luis también aprende de sus hijos, esas conversaciones informales con ellos le van dejando enseñanzas mutuas. A falta de clases presenciales, hablar en familia es también aprender.
Para el mundo entero, la pandemia solo ha generado incertidumbre, hoy Luis España y sus hijos la viven también, claro. Pero al menos en educación, un poco menos, a pesar del largo camino que les espera para, ojalá, ser profesionales.
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