Heberson Ovalle y su familia viven el día a día, en medio de la informalidad que les generó llegar de Venezuela en busca de nuevas oportunidades. Un retrato de lo que también están viviendo miles de colombianos.
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Heberson Ovalle, con lágrimas en sus ojos recuerda lo que un día fue y tuvo en su país, Venezuela. Está sentado en una silla de plástico. Para él, como para muchos migrantes, empacar su vida en una maleta y salir con la cabeza llena de dudas no fue para nada fácil. Hace 4 años tenía un empleo estable como soldador y vivía en una casa digna con toda su familia, esposa y dos hijos, en el estado Aragua de Venezuela.
Era un joven que no se preocupaba por la comida de la mañana siguiente. Sin embargo, la crisis social, económica y política en Venezuela, obligó a toda la familia a migrar a Colombia. Heberson, por ese entonces de 21 años, fue el primero en salir, pensaba que conseguir trabajo no iba hacer tan difícil. A los tres días de llegar a Cúcuta, empezó a comer una vez al día y a dormir en los parques porque el único trabajo que consiguió fue en el transporte público vendiendo dulces.
Además, se había comprometido con enviar dinero a Reycideck Ceballos, su esposa, para ayudarla a comprar alimentos y medicamentos para sus dos hijos. No le gusta hablar de esos momentos, eran días de angustia, eran días de incertidumbre, eran días de hambre.
Después de varios meses, y muchas labores, consiguió un trabajo en una finca en Cúcuta, Martha Figueroa, la propietaria, le ofreció un terreno que tenía vacío para que viviera allí. Heberson no lo dudó dos veces, animado por la buena noticia, construyó una humilde casa y llamó a su esposa para que se viniera de Venezuela, con sus dos hijos.
La casa no es grande. Las paredes son en tablas y el techo en latas. Además, no cuenta con ningún servicio público, hay un tanque de PVC que es donde recogen agua lluvia para cocinar, beber y lavar. Queda en el barrio Simón Bolívar, comuna 6, de Cúcuta. Las carreteras de la zona están en mal estado, destapadas, polvorientas y llenas de huecos. Pero ya no viven en aquella casa, aquel terreno lo van a vender. Por lo tanto, tuvieron que mudarse a otra que queda cerca. Ahora pagan arriendo.
Testimonio
Reycideck, de 23 años, piel morena, labios gruesos, alta y ojos profundos, carga a Samanta Hollalve, su hija de apenas un año, pues al llegar a Colombia quedó embaraza de nuevo. La mira con ese amor tierno, único y lleno de sacrificio que tienen las madres, dice que la ama pero que no fue planeada, que desde hace mucho no tenía dinero, ni tiene, para comprar anticonceptivos y prevenir un embarazo.
Mientras tanto, Reyberlink Hollalve, su hija, de 5 años y Roderick Hollalve, su hijo, de 4 años, están acostados durmiendo en un colchón. Heberson, junto a su esposa, cuenta que ahora trabaja como “ruso” y soldador en construcción y con un profundo sentimiento de nostalgia recuerda a sus seres queridos y su vida en Venezuela, como dice Reymar Perdomo, cantante venezolana: “aquí están, creyendo en ellos, acordándose de lo que un día fueron”.
Heberson y familia, desde sus últimos días en Venezuela hasta ahora, han sido víctimas del hambre. La crisis humanitaria, el desempleo y ahora la COVID-19 han sido los tres virus que han estado a punto de acabar con las esperanzas de esta joven familia.
La pandemia ha dejado claro que todos somos vulnerables, pero no todos por igual. Una vez más, ha quedado en evidencia que la mayoría de personas no pueden sobrevivir en una medida de aislamiento obligatorio porque viven de lo que consiguen día a día.
Entre ellos, miles y miles de migrantes que trabajan en la informalidad. Quedarse en la casa para muchas personas significa no comer.
Por ello, al verse abandonados a su suerte, la mayoría de migrantes que están en Colombia, han decidido volver a caminar largos días. Para volver a Venezuela, un país que está sumido, a un más, en la pobreza y el hambre.
El riesgo al que se enfrentan durante este trayecto es grande, sin medidas de prevención de higiene para evitar el virus, volverse un punto. cuarentena
Cuarentena
Sin duda, la cuarentena, es la mejor medida que se puede tomar en estos cuarentena momentos para disminuir los riesgos de contagio; sin embargo, es necesario aumentar y acelerar las acciones tanto para prevenir la propagación del virus como para suplir las necesidades básicas de las familias.
Por eso, en Ayuda en Acción, a través de la campaña “Frente a la COVID-19 #SomosAyuda” ha entregado 450 mercados a las familias que más lo necesitan de La Fortaleza, comuna 8 y Camilo Daza, comuna 6 de Cúcuta, asentamiento informal en el que conviven población migrante, receptora y de acogida. Adicionalmente, han entregado 95 mercados, a 95 cuarentena familias vulnerables que viven en El Salado.
Además, entregará 120 mercados en Policarpa y Cumbitara, Nariño. cuarentenaAyuda en Acción, desde el año 2018, trabaja en el departamento de Norte de Santander, específicamente en los municipios de Los Patios, Villa del Rosario y Cúcuta, a través de un proyecto de ayuda humanitaria, que garantiza que los migrantes, colombianos retornados y personas en alto estado de vulnerabilidad de las comunidades receptoras, puedan suplir sus necesidades básicas.
Para la mayoría de personas, no salir a la calle es sinónimo de necesidad, de hambre. Heberson, ahora de 24 años, es una de ellas, no ha podido trabajar desde hace 15 días porque los pocos lugares donde lo contratan, dado. Sin embargo, el dinero se está acabando y el hambre y las deudas crecen. Por el momento, Ayuda en Acción, le ha entrcuarentenaegado un mercado que le ayudará a calmar el hambre. En definitiva, la crisis sanitaria ha levantado un tapete que escondía la extrema desigualdad y exclusión que hay en nuestro país. Pero también genera todo un reto, garantizar que cualquier persona durante la crisis sanitaria por la COVID-19 tengan una vida digna y sostenible.