como en las veredas de El Salado, no hay ni siquiera agua potable lo que dificulta aún más evitar que el virus se propague. Así es la vida en lugares donde no hay cómo evitar la pandemia.
Es miércoles en la mañana, Sharol Amaya España, de 15 años, nieta de Manuel España, lava los platos con agua sucia que hay en una caneca, porque donde vive no hay ni acueducto ni alcantarillado. El resto de la familia, los dos hijos menores y la esposa de Manuel, se ocupa de los otros quehaceres del hogar. Manuel España tiene en total 10 hijos que viven en diferentes veredas de El Salado. El rancho es grande, hay tres alcobas, un baño, una sala comedor y un cuarto exclusivo para los agroecológicos, productos sin químicos para aplicar a los cultivos.
Las paredes son de bahareque, las puertas de tela de encerramiento verde y el techo de palma de aceite y latas. Queda en la vereda la Emperatriz, en el corregimiento de El Salado, en esas tierras donde los paramilitares, durante tres días, cometieron una de las peores masacres de la historia, en el año 2000.
Mientras tanto, Manuel España de 52 años, un campesino de piel morena, contextura delgada, no tan alto, manos grandes y trabajadoras, amarra un par de canecas a la moto, se prepara para ir donde un amigo que le regala agua apta para el consumo en el Carmen de Bolívar, el municipio más cercano a la vereda.
Él va hasta allá, día de por medio, la mayoría de veces en moto, pero cuando le toca caminar se demora dos horas de ida y otras dos de vuelta. A pesar de que hay un tanque de almacenamiento de agua en la entrada de la vereda, como en todas, no puede abastecerse de agua potable porque lo que reparten los carrotanques de la alcaldía de El Carmen de Bolívar por las veredas de El Salado, un día por semana, no es suficiente para toda la comunidad de La Emperatriz. Por lo tanto, él prefiere ir hasta donde su amigo, y de esta manera, evitar que más personas se queden sin agua.
Testimonios
Camilo Andrés España de 9 años, hijo de Manuel, lleva en las manos una caneca blanca y corre detrás de una gallina que desciende de la loma donde está ubicado el rancho, por un camino estrecho, empastado, con piedras y barro seco. Después de siete minutos, llega a un jagüey que está casi seco porque desde hace cuatro meses no llueve en la región. El niño cuida de no picarse con una mata que tiene espinas y causa comezón cuando uno la toca.
Antes de irse, Manuel junto con Sharol, bajan para ayudarle al pequeño. Nieta e hijo se quitan las chanclas y se limpian los pies con el agua estancada que hay en el jagüey. Camilo, con la mirada perdida en la falda de los montes que lo rodean, hunde la caneca para que se llene de esa agua lluvia. Manuel España dice que, en su hogar, la utilizan solo para lavar los platos y la ropa. No para el consumo porque les causa diarrea a los niños. Al terminar de llenar la caneca los tres vuelven a subir la loma.
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La vida no es fácil en las veredas de El Salado. La mayoría de las personas han sufrido a causa de la violencia, el desplazamiento forzado y las sequías prolongadas. La comunidad que vive en la vereda de El Espiritano, es la más afectada cuando no llueve porque el mal estado de la carretera. Pero no son los únicos. Las comunidades de las veredas El Respaldo y El Cascajo padecen la misma angustia en tiempos de sequía, porque las camionetas por las trochas angostas.
Desde una silla mecedora, Manuel España cuenta que la mayoría de los que viven en las veredas más alejadas, en la alta montaña. Es decir, tendrá que hacer un recorrido de media hora de ida y otra media hora de vuelta para poder lavar los elementos básicos.
Agua
Ya son casi las diez, los rayos del sol son tan fuertes que no dan ganas de moverse. Sharol Amaya, sigue lavando los platos, con el agua que recogieron del jagüey, en una cocina sin lavaplatos que apenas tiene dos canecas. Manuel España, prepara unos agroecológicos que tiene que echarle a los cultivos en su parcela: “Ayuda en Acción a los campesinos nos enseña a ser técnicos"
Es hora de irse por el agua potable para que su esposa, Ana Lucia Vásquez, pueda preparar el almuerzo. La trocha por la que queda la vereda la Emperatriz es destapada, espera no demorarse mucho. En estos momentos, en que la mayor preocupación es que la COVID-19 se propague rápidamente y perdamos el rastro de dónde provienen los contagiados.
Como la familia de Manuel, hay muchas otras en Colombia, donde ni siquiera hay agua potable para lavarse las manos. Por esto que Ayuda en Acción hace un llamado a la solidaridad y responsabilidad colectiva que tenemos con los demás, es un compromiso de todos. En estos momentos, el agua salva vidas.