En los municipios de María La Baja, Mahates y San Juan Nepomuceno, mujeres rurales, jóvenes y lideresas comunitarias participaron en un proceso colectivo para mapear los riesgos asociados a las violencias basadas en género (VBG).
El mapeo se realizó con enfoque corporal y territorial, con el propósito de comprender cómo las mujeres viven la violencia en sus entornos cotidianos y cómo emociones como el miedo, la desconfianza, la tristeza o la tranquilidad, protección y fortaleza, estan directamente entrelazadas con lugares específicos que simbolizan seguridad o peligro. Cada trazo del mapa representó una historia de miedo, resistencia o cuidado, evidenciando lo que las estadísticas no alcanzan a reflejar: cómo se siente la violencia y cómo modifica la forma de habitar los espacios.
La metodología, basada en la cartografía corporal, permitió construir conocimiento desde la experiencia sensible y comunitaria, mediante el dibujo, el diálogo y la reflexión colectiva.
El mapeo reveló una realidad ambivalente: los mismos lugares pueden ser refugio y amenaza. Mientras para algunas mujeres la casa significa tranquilidad, para otras es el espacio donde han sufrido violencia. Los patios, huertas y cuerpos de agua fueron señalados como zonas de calma, en contraste con cantinas, calles oscuras, zonas boscosas y alrededores de colegios, percibidos como espacios de riesgo. Incluso los hospitales fueron mencionados por su maltrato o revictimización institucional.
Resultados del mapeo: violencias arraigadas a los cuerpos y los territorios
Detrás de cada punto del mapa persisten patrones estructurales: los roles de género tradicionales, el machismo y la intolerancia hacia las diversidades sexuales sostienen un sistema donde callar parece más seguro que denunciar. A esto se suma la desconfianza institucional, pues las rutas de atención resultan extensas, confusas y poco empáticas; denunciar implica exponerse nuevamente a la violencia.
El miedo, más que un relato, se manifiesta en el cuerpo. La mayoría de las mujeres lo ubicaron en el pecho o las piernas, describiendo temblores o parálisis ante situaciones de riesgo. Esta corporeidad del miedo evidencia cómo la violencia se inscribe tanto en la memoria como en los músculos. Pero el miedo también es una estrategia de poder: limita la movilidad, la autonomía y el derecho a una vida libre de violencias, reproduciendo desigualdades y mecanismos de dominación que exceden la esfera privada. En territorios aún marcados por el conflicto armado, el miedo opera como control social: las mujeres restringen su movilidad, cambian rutas y reducen su participación comunitaria por temor a represalias. Los feminicidios recientes y las amenazas reactivan una sensación colectiva de vulnerabilidad.
Aun así, el proceso reveló semillas de resistencia, en ese sentido, para las mujeres es posible que los espacios que representan peligro también puedan resignificarse como escenarios de organización y cuidado. Las mujeres, desde su experiencia y conocimiento situado, se mostraron como actoras del cambio social, capaces de transformar el miedo en acción colectiva y los espacios de riesgo en territorios de solidaridad.
Los insumos del Mapeo de Riesgos se han convertido en un insumo fundamental para las sampañas de sensibilización, los centros de escucha, las jornadas de atención psicojurídica y mesas de participación lideradas por Ayuda en Acción, la Corporación desarrollo Solidario, La Red de Mujeres del Norte de Bolívar y otros actores territoriales, para atender y prevenir las Violencias Basadas en Género.