Yeison Balmaceda es un líder comunitario que encarna muchas paradojas: es colombiano y venezolano. Testimonio de un hombre que casi muere en un accidente y sobrevivió para ayudar a los demás.

Tengo 33 años y hace poco menos de 5 años sufrí un accidente de tránsito en el que casi pierdo la vida. He superado ya muchas cirugías y andar en una silla de ruedas me recuerda la nueva oportunidad que me ha dado Dios. Así lo he tomado: antes que desesperarme he querido ver lo positivo, lo valioso que es seguir vivo y seguir adelante. Y, como si fuera poco, no quiero seguir adelante yo, como persona, sino que también quiero ayudar a que los demás salgan adelante. Desde mi discapacidad me siento más capaz que antes del accidente y así se lo hago saber a la gente que me rodea.
Nací en Mérida, Venezuela, y a los 9 años llegué a vivir a Colombia porque mis padres nacieron aquí. Amo a los dos países y me ha tocado vivir esta migración venezolana que también, en los años 80, vivieron los colombianos hacia allá. Nadie escoge irse porque sí y yo también dejé parte de mi familia en Venezuela. Eso he aprendido en mi vida, de primera mano, porque lo he vivido, porque sé lo que es ir día a Yeison día buscando las oportunidades, como jardinero, constructor, lo que se pueda. Conozco las dos caras de la moneda, puedo ponerme en los zapatos de los migrantes, pero también de la comunidad de acogida. Acá en La Fortaleza, Cúcuta, hemos tenido que convivir con esta realidad donde no hay malos ni buenos: todos somos iguales.
Desde hace varios años conocí el trabajo de Ayuda en Acción y yo sentía mi llamado a ser líder, a inspirar a otras personas y a guiarlos y orientarlos. Pasé de ser un líder en la comunidad a trabajar con la organización y hacer más oficial lo que llevo en la sangre, mi razón de ser. Hoy trabajo en un punto de atención: las personas que pasan la frontera se enfrentan a lo desconocido y yo salgo para brindarles apoyo, orientación, para decirles dónde y cómo encontrar ayuda.
Lo primero que hago es informarlos de rutas seguras, darles cartillas de información, mapas. También les indico que

Y mientras yo ayudo, Ayuda en Acción -valga la redundancia- me ayuda a mí: he crecido cada vez más desde lo espiritual, laboral. Nosotros creamos la asociación de líderes de La Fortaleza, donde he aprendido a devolver lo que uno recibe. Me explico, cuando llegué acá me recibió una comunidad de misioneras de “Mi nueva vida”, y ahí empecé a tener esa cercanía con ayudar al prójimo. Hoy yo también les ayudo a las hermanitas, además de mi trabajo en Ayuda en Acción. Parece obvio decirlo, aunque no siempre lo es, pero nada es más gratificante que ayudar a los demás.
Hoy vivo solo, he aprendido a valorar cada momento, cada instante. Los médicos me dijeron alguna vez que no iba a volver a caminar. Y aquí estoy, no solo viviendo para mí sino para los demás.