Todo comenzó sobre un camino polvoriento en el corregimiento Los Nísperos, Bolívar. Allí varias mujeres se propusieron producir pan y hoy no solo tienen una panadería admirable que les permite generar ingresos sino que también, en medio de posibilidades escasas, se han convertido en un modelo a seguir en la región. Un ejemplo de empoderamiento femenino a pesar del país mismo.
Había que hacer el pan en la calle, hay que hornear el pan en el horno, habrá que hornear el pan para seguir viviendo. Es una trocha larga con barro y huecos, solo llanuras extensas a lado y lado, cada finca queda a uno o dos kilómetros entre sí, entre ganado y caballos. Después de andar cuarenta minutos por aquel camino, de repente aparece una panadería, no es grande, pero sorprende: por lo lejana, por lo solitaria, por la ilusión en los ojos de cada mujer que amasa el pan. Queda en el corregimiento de Los Nísperos, en el municipio de Achí, en el departamento de Bolívar, tierras que hacen parte de la depresión momposina. Son 13 mujeres, la mayoría son madres cabeza de familia, pocas tienen esposos, la mayoría tienen hijos e hijas. Todas mezclan, todas amasan, todas reposan y fermentan, todas vuelven a amasar, todas vuelven a reposar, todas vuelven a amasar, todas hornean, todas enfrían y todas empacan.
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En el 2011, Deliana Gómez, madre cabeza de familia, organizó una asociación de panaderas con veinte mujeres del corregimiento de Los Nísperos, pocas sabían hacer pan, pero entre intento e intento, aprendieron. En un inicio trabajaban en la casa de Olivia Navarro, bajo un palo de bolombolo, una prestaba la mesa, otra la olla y cada una tenía que traer un palo de leña para prender la hoguera. Conseguían los ingredientes en una tienda vecina que quedaba cerca, a tres kilómetros, hacían intercambios, ellos daban los elementos, ellas el pan. En ese entonces eran sus únicos clientes. Los huevos y la leche eran fáciles de adquirir porque en el campo es frecuente que cada hogar tiene gallinas, cerdos y vacas. Hacían productos típicos de la región: almojábanas, cafongos, enyucados, pan y galleta criolla. Usualmente, las galletas se quemaban porque no tenían cómo medir el tiempo ni la temperatura.
Deliana Gómez, una mujer morena, no tan alta, no tan delgada, recuerda con una sonrisa tímida y la seriedad que la caracteriza, cómo cocinaban en una olla redonda, grande, y a fuego lento, a la orilla de una calle destapada, llena de huecos, por donde circulaban motos, algunos carros bajo mucho polvo. Lo que hacían primero era prender el fuego en los palos de leña, luego echaban brasa para darle vida al fuego, después en un caldero, que estaba sobre las llamas, colocaban una hoja de plátano, ponían el producto, y seguidamente en una lata que servía de tapa prendían candela para tapar la olla. En ese entonces, ellas amasaban el pan con dudas, con miedo de que nada saldría bien.
En 2013, todo cambió.
Uno de los esposos de las integrantes de la asociación Asoldetinis, Felipe Avellana, les donó un pedazo de tierra para construir. Entre todos –mujeres, esposos, hijos, madres y primos- construyeron la tan anhelada panadería. Ya no tendrían que cocinar más en la calle, bajo el sol inclemente que azota esa zona y bajo el polvo que se levanta con cada arrebato del viento.
La panadería quedó construida, pero en obra gris y con la misma caldera como único instrumento para hacer pan.
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Deliana Gómez, representante legal de Asodeltinis, mientras camina con cautela y mira los hornos de la panadería como quien ve por primera vez las olas majestuosas y bruscas del mar, cuenta cómo a través de varios proyectos de distintas entidades públicas y privadas, empezaron a organizarse con métodos de ahorro y fondos rotatorios. En 2017, Ayuda en Acción y la Corporación ECOSS, gracias a los recursos destinados por la empresa Sigra, pudieron adecuar y dotar la panadería. Las paredes en cemento pasaron a ser blancas y brillantes, el piso pasó de ser de piedra a ser de porcelanato, la maquinaria que antes era una utopía ahora era una realidad. Organizarse no les llevó mucho tiempo, conseguir clientes tampoco. Al principio todas trabajaban el mismo día y le vendían el pan a los vendedores ambulantes para que ellos lo distribuyeran en las comunidades cercanas, pero al darse cuenta de que era un negocio rentable decidieron expandirse. Establecieron trabajar de a dos mujeres al día y que cada grupo visitara diferentes tiendas de los municipios de Majagual, Guaranda y Sucre, para conseguir clientes permanentes. Hasta el momento, y de esta manera, es como se siguen sosteniendo. Horneando el pan por grupos, horneando el pan para independizarse, horneando el pan para vivir.
En la actualidad, son 13 mujeres las que hacen parte de la panadería y producen 500 panes al día. Cada socia recibe pago por su mano de obra, incluso los ingresos les permite tener empleados, para empacar el pan, para distribuir el pan, para limpiar la panadería. En 2019, Ayuda en Acción amplió el local en la parte de atrás y reconstruyó el techo. Además, sigue fortaleciendo el proyecto a través de capacitaciones sobre los derechos de la mujer y la importancia de tener autonomía económica para consolidar un proyecto de vida digno y sostenible.
- Una como mujer debe de independizarse y crear su propio negocio – dijo Olivia Navarro-. Demostrar que las mujeres no son solo para la cocina o para la casa, porque las mujeres sí podemos salir adelante por nuestros propios medios.
Es viernes al mediodía, los rayos del sol atraviesan la piel, la trocha por la que queda la panadería es transitada por motos y señores que arrean el ganado, el barro está seco, alrededor no se alcanza a ver nada, solo paisajes de ensueño, la finca más cercana queda a un kilómetro y mientras tanto cada una de las mujeres realiza una tarea en la panadería, unas mezclan: huevos, harina, agua, sal y levadura; otras amasan: doblando la masa sobre sí misma, repitiendo una y otra vez estos movimientos; algunas fermentan: hacen una bola y dejan que repose a temperatura ambiente hasta que doble su volumen; las demás vuelven amasar, a reposar, a amasar; unas hornean, otras enfrían, todas empacan porque, como diría la periodista Leila Guerriero, “hay que amasar el pan para vivir, porque se vive, para seguir viviendo”.