La sombra de un árbol fue el punto de partida de un empeño que aún continúa para dar clases en la escuela.
La historia de Luz Nellis Camacho Berrio parece una película. De hecho, el director de cine Sergio Cabrera ya hizo un documental sobre su vida. No es para menos. “La seño”, como se le conoce a esta mujer campesina que no para de sonreír, es un ejemplo para la comunidad de la vereda Paso el medio, cerca a María La Baja, Bolívar.
Nació en San Onofre, Sucre, donde todavía vive su padre, y tuvo que huir de ahí por culpa de la violencia y la incertidumbre que predominaba en la zona a finales del siglo pasado y comienzos de éste. Varias familias empacaron parte de sus pertenencias y emprendieron un nuevo rumbo. Ella tenía 32 años y no sabía que el destino que le esperaba era la revelación de la vocación más grande: la de ser maestra. Pero antes que enseñar tenía una misión antes, necesaria, como si estuviera destinada a conceder milagros. Tenía que levantar la escuela para poder dar clases.
Cuando dejó San Onofre, llegó a María La Baja -donde todavía vive- y se puso a estudiar. En el concurso etnoeducativo nacional de 2006 obtuvo el puntaje que necesitaba para escoger un lugar para trabajar. Y escogió la Institución Educativa Santa Fe de Icotea, en Paso el Medio. Sus otros seis hermanos también son maestros. Sintió la necesidad de buscar y estar con las familias, con la gente, de donde ella venía y que fueron desplazados.
La escuela estaba a varias horas de María La Baja. No había ni siquiera carretera. Todo era trocha, “hasta los caballos se quedaban atascados en el barro”, recuerda. No era fácil, pero ella estaba cargada de esperanza. Aún así, había un problema adicional. Las familias desplazadas seguían siéndolo: no tenían tierras para asentarse y el conflicto armado parecía una sombra que las perseguía por todas partes. “La seño” sabía que si las familias se iban nuevamente en busca de otros horizontes, la escuela quedaría abandonada. Los menores de edad tendrían otra vez dificultades para aprender.
Las familias campesinas, para irse, vendieron sus tierras y en medio de la incertidumbre, el desafío era conseguir terrenos para establecerse y no seguir deambulando más. Y “la seño” en compañía de otros siete padres de familia -ella tiene dos hijos ya mayores de edad- comenzaron a caminar y a caminar en busca de posibles tierras que, además, no tuvieran un acceso tan difícil. Y así se topó con la Corporación de Desarrollo Solidario y, claro, con Ayuda en Acción. Recuerda que con su sueldo de poco más de 700 mil pesos y en compañía de una compañera suya compraron “tres cuartos de hectárea”.
Y con el apoyo y acompañamiento de Ayuda en Acción las familias no solo comenzaron a levantar sus ranchos de palma, sino que también recibieron asesorías, talleres de integración y convivencia para no sentir más el rótulo de desplazados. También sirvieron mucho los proyectos de huertas escolares donde más allá de trabajar la tierra se buscaban la integración de una comunidad prevenida.
El siguiente paso era ver cómo se construía la escuela. “La seño” recuerda que con un grupo de personas tuvieron que pasar noches enteras en la puerta de la gobernación de Bolívar, hasta que lograran ser atendidos y así consiguió que les dieran dos aulas de clase.
En 2011, la entonces ministra de educación visitó María La Baja para entregar unos computadores a un colegio del pueblo, y “la seño” logró hablar con ella, contarle la historia de las familias y de su idea de crecer su colegio. Ante lo que parecía una promesa más, la ministra le dijo que ella le iba a cumplir con un aula y una batería sanitaria. “Pero deme su teléfono para que sigamos hablando”, le decía Nellis. La ministra le dijo que no, pero que confiara en su palabra. Y, en efecto, el poder de convencimiento de la “seño” hizo que la promesa se cumpliera. Unos pocos meses después el secretario municipal le dijo que había una licitación para construir lo prometido. “Ni siquiera el secretario sabía dónde estábamos”, recuerda ella.
Pero el sueño no termina aquí. Ahora su meta es levantar una biblioteca que, de hecho, ya se adivina con unos muros blancos que han construido la propia comunidad. Unos muros que están cerca de un árbol frondoso que sirvió de salón de clase al comienzo. Ella enseñaba y enseña a la sombra de lo único que había. Y por eso quiere que la biblioteca sea justo a su lado. Hoy la Institución Santa Fe de Icotea cuenta con 5 maestros provenientes de Cartagena y beneficia a niños y niñas desde los 5 años. De preescolar a grado 11.
Toda la comunidad gira en torno a la escuela y los menores juegan y sueñan en estos salones que lentamente se adecúan mejor gracias al empeño de la “seño”. Desde refrigerios hasta materiales que los papás y mamás no pueden comprar, es parte de los beneficios que ella ha gestionado. En Ayuda en Acción ha encontrado un soporte importante para seguir soñando. Atrás quedaron circunstancias muy complejas como la ocasión en que quedaron en medio del fuego cruzado y ella tuvo que salir corriendo con los niños y niñas. Lo recuerda como una prueba más de Dios. No como una prueba de sufrimiento sino como la ratificación de lo que es su razón de ser. Definitivamente su vida parece una película que todos deberíamos ver, para saber que, a pesar del país mismo, hay gente que sabe que la esperanza siempre le ganará a la adversidad.